Elaboración artesanal de la estrategia
Les contamos que nos hemos topado con una lectura interesantísima: Elaboración artesanal de la estrategia, de Henry Mintzberg y nos pareció que debíamos compartir con ustedes los puntos más relevantes de esta. Esperamos que la disfruten!
Una de las cosas más más importantes que hacen
los directivos es la estrategia de sus organizaciones, o por lo menos,
supervisar el proceso por medio del cual, ellos y otras personas, elaboran las
estrategias. La elaboración de la estrategia se refiere a como el sistema
colectivo llamado organización establece, y cambia cuando sea necesario, su
orientación básica.
La metáfora de la artesanía capta el proceso
por medio del cual toman vida las estrategias eficaces. En su trabajo, la
ceramista se sienta ante un terrón de arcilla sobre el torno. Su mente está
puesta en la arcilla, pero también esta sentada entre sus experiencias pasadas
y sus proyectos futuros. Sabe exactamente qué es lo que ha funcionado y lo que
no en el pasado. Posee un conocimiento íntimo de su trabajo, sus capacidades y
sus mercados. Como artesana, percibe más que analiza estas cosas: su
conocimiento es “tácito”. Todo esto está funcionando en su mente conforme sus
manos trabajan en la arcilla. El producto que surja sobre el torno estará
probablemente en la tradición de sus trabajos pasados. Pero puede que rompa con
el pasado y se embarque por un nuevo sendero. Aun así, el pasado no deja de
estar presente, proyectándose a sí mismo hacia el futuro.
En esta metáfora, los directivos son los
artesanos y la estrategia es su arcilla. Como la ceramista, se sientan entre un
pasado de capacidades corporativas y un futuro de oportunidades de mercado. Y
si son verdaderos artesanos, ponen en su trabajo un conocimiento igualmente
íntimo de los materiales que tienen a mano. Esa es la esencia de la elaboración
artesanal de la estrategia.
La clave de la artesanía es la íntima conexión
entre pensamiento y acción, y también lo es de la elaboración artesanal de la
estrategia. Prácticamente todo lo que se ha escrito de la elaboración de la
estrategia lo pinta como un proceso deliberado. Primero pensamos, luego
actuamos. Formulamos, y luego ponemos en práctica. La progresión parece tan
perfectamente sensata. ¿Por qué querría nadie proceder de diferente manera?
Una estrategia puede surgir inesperadamente en
respuesta a una situación cambiante o se puede provocar deliberadamente, por
medio de un proceso de formulación seguido por su puesta en práctica. Pero
cuando estos proyectos planificados no producen las acciones deseadas, las
organizaciones se quedan con estrategias no realizadas.
Mientras que es cierto que muchas estrategias
proyectadas están mal concebidas. El problema reside, a menudo, un paso más
atrás, en la distinción que hacemos, en primer lugar, entre formulación y
ejecución, en la suposición común de que el pensamiento tiene que ser
independiente de (y preceder a) la acción. Sin embargo, los estrategas
inteligentes se dan cuenta de que no siempre pueden ser lo bastante
inteligentes para pensarlo todo por adelantado.
Las estrategias que aparecen sin claras
intenciones (o a pesar de ellas) son llamadas estrategias emergentes. Las
acciones convergen simplemente en acciones. Desde luego que pueden convertirse
en deliberadas, si el patrón es reconocido y legitimado por la alta dirección. Pero
eso tiene lugar después de los hechos.
Una estrategia absolutamente deliberada
imposibilita el aprendizaje una vez se ha formulado la estrategia: la
estrategia emergente lo promueve. Las personas toman las acciones de una en una
y responden a ella, de manera que con el tiempo se van formando los patrones.
Claro, en la práctica toda elaboración de
estrategias anda sobre dos pies: uno deliberado, el otro emergente. Porque
igual que la elaboración de estrategias absolutamente deliberadas impide el
aprendizaje, así la elaboración de estrategias absolutamente emergentes impide
el control. Llevado al límite, ninguno de los dos enfoques es muy sensato. El
aprendizaje tiene que ir emparejado con el control.
Estas estrategias reflejan, en todo o en parte,
un enfoque radicular de la dirección estratégica. Las estrategias arraigan en
todo tipo de sitios, en cualquier parte en que las personas tengan capacidad de
aprender (porque están en contacto con la situación) y haya recursos para
apoyar esa capacidad. Estas estrategias se convierten en organizativas cuando
se hacen colectivas, esto es, cuando proliferan para influir sobre el
comportamiento de la organización en conjunto.
En la estrategia de paraguas la alta dirección
dispone de unas directrices amplias y deja los elementos concretos a otras
personas que están por debajo en la organización. Esta estrategia no solo es
deliberada (en sus directrices) y emergente (en sus elementos concretos), sino
también que es deliberadamente emergente en el sentido de que el proceso se
dirige conscientemente para dejar que las estrategias se desarrollen de camino.
Deliberadamente emergente es también lo que se
llama estrategia de proceso. Aquí la dirección controla el proceso de formación
de la estrategia (ocupándose del diseño de la estructura, el staff, desarrollo
de procedimientos, y así sucesivamente) dejando el contenido real a otras
personas.
Ambas estrategias, de proceso y paraguas,
parecen ser especialmente prevalentes en los negocios que requieren grandes
conocimientos técnicos y creatividad. Tales organizaciones solo pueden ser
eficaces si se deja que sus ejecutantes sean formuladores, porque son las
personas de los niveles jerárquicos inferiores las que están en contacto con la
situación concreta y poseen los conocimientos técnicos requeridos.
Un dilema fundamental de la elaboración de
estrategias es la necesidad de reconciliar las fuerzas para la estabilidad y
para el cambio, es decir, centrar los esfuerzos y ganar eficiencias operativas,
por una parte, y adaptar y mantener la actualidad con un entorno exterior
cambiante por otra.
Generalmente, en las organizaciones se pueden
identificar periodos diferenciados de estabilidad y de cambio; solo raramente
tienen lugar grandes giros en la orientación estratégica. La teoría cuántica
del cambio estratégico se basa en la idea de las organizaciones adoptan dos
modos de comportamiento netamente diferentes en épocas diferentes.
La mayor parte del tiempo las organizaciones
persiguen una orientación estratégica dada. El cambio puede parecer continuo,
pero tiene lugar en el contexto de esa orientación y generalmente supone hacer
más de lo mismo, quizás también mejor. La mayoría de las organizaciones
prefieren estos periodos de estabilidad porque consiguen el éxito explotando la
estrategia que tienen y no por cambiarla.
Mientras esto sucede, sin embargo, el mundo
sigue cambiando. Como consecuencia, bien sea gradual o repentinamente, la
orientación estratégica de la organización se desincroniza de su entorno.
Entonces es cuando se produce una revolución estratégica. Ese largo periodo de
cambio evolutivo se interrumpe repentinamente por un breve asalto de agitación
revolucionaria en el cual la organización altera rápidamente mucho de sus
patrones establecidos. Lo que sugiere la teoría cuántica es que las estrategias
emergentes que son realmente originales se mantienen a raya en algún rincón de
la organización hasta que se hace necesaria una revolución estratégica.
Bien sea por medio de revoluciones cuánticas o
ciclos de convergencia y divergencia, parece que las organizaciones necesitan
separar en el tiempo las fuerzas básicas de cambio y estabilidad, y
reconciliarlas atendiendo a cada una de ellas por turno. Muchos fracasos
estratégicos se pueden atribuir bien a una mezcla de las dos o a una obsesión
con una de estas fuerzas a expensas de la otra.
La opinión popular ve al estratega como un
planificador o un visionario, alguien que está sentado sobre un pedestal
dictando estrategias brillantes para que todos los demás las pongan en
práctica. La realidad es que los directivos que elaboran artesanalmente la
estrategia no pasan mucho tiempo en suites de ejecutivos leyendo los informes
del SID o estudiando los análisis industriales. Están implicados, responden a
sus materiales, aprenden sobre sus organizaciones e industrias por medio del
toque personal. También son sensibles a la experiencia, reconociendo que,
aunque la visión individual pueda ser importante, también tienen que ayudar
otros factores a determinar su estrategia.
Dirigir la estabilidad. Dirigir la estrategia es
principalmente y en primer lugar dirigir la estabilidad. La llamada
planificación estratégica se tiene que reconocer como lo que es: un medio, no
para crear la estrategia, sino para programar una estrategia ya creada, para
elaborar formalmente sus implicaciones. Es, por naturaleza, esencialmente
analítica, basada en la descomposición, mientras que la creación de estrategias
es esencialmente un proceso de síntesis.
Detectar la discontinuidad. Los entornos no cambian de manera
regular u ordenada. La mayor parte del tiempo, los cambios son menores e
incluso provisionales y no requieren una respuesta estratégica. El reto real de
la elaboración de estrategias reside en la detección de las discontinuidades
sutiles que pudieran minar una organización en el futuro. Y para eso, no hay
ninguna técnica, ningún programa, solo una mente aguda que esté en contacto con
la situación. Tales discontinuidades son inesperadas e irregulares,
fundamentalmente sin precedentes. El truco consiste en dirigir dentro de una
orientación estratégica la mayoría del tiempo, siendo capaces de distinguir la
discontinuidad ocasional que verdaderamente importa.
Conocer el negocio. Implica conocimientos personales, compresión
íntima del negocio, equivalentes a la percepción de la arcilla por el artesano.
Los hechos están a disposición de cualquiera; esta clase de conocimientos no.
Sabiduría es la palabra que mejor lo expresa. Los artesanos se tienen que
entrenar a sí mismos para ver, para captar las cosas que otras personas pasan
por alto. Lo mismo vale para los directores de estrategia. Aquellos que tienen
una especie de visión periférica son los más capaces de detectar y sacar
provecho de los acontecimientos conforme se despliegan estos.
Dirigir los patrones. El trabajo del directivo no es
solo preconcebir estrategias concretas sino también reconocer su emergencia en
cualquier lugar de la organización e intervenir cuando convenga. Así pues, vale
la pena observar algunos patrones hasta que se hayan manifestado sus efectos
con mayor claridad. Entonces, aquellos que hayan demostrado ser útiles pueden
convertirse en deliberados e incorporarlos a la estrategia formal, incluso si
eso supone desplazar el paraguas estratégico para cubrirlos.
Reconciliar el cambio y la continuidad. Los directivos que estén
obsesionados bien con el cambio o la estabilidad están condenados a perjudicar
a sus organizaciones con el tiempo. Como reconocedor de patrones, el directivo
tiene que ser capaz de percibir cuando hay que explotar una cosecha establecida
de estrategias y cuando fomentar nuevas tendencias para desplazar las viejas.
Muchos conocimientos refrescantes acerca de la estrategia y Mintzberg nos los trae desde un punto de vista completamente distinto, pero acertado. ¿Qué opinan de su visión al respecto? ¿Concuerdan con él?
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